Tenía
un pequeño huerto, no muy lejos de donde vivía. Allí pasaba horas, cultivando todo
tipo de hortalizas y verduras. Luego, cuando decidía que ya era demasiado tarde
para seguir con sus tareas Manuel, cogía su bici y volvía a casa. Allí, su
mujer le esperaba con la cena preparada y su vaso de vino.
El
la besaba en la mejilla y le traía algunas de las hortalizas que cultivaba en
aquel trocito de paraíso que fue su huerto.
No
eran una familia rica, ni mucho menos opulenta. Pero con el sacrificio de
todos habían conseguido levantar esa casa, que ahora era de su propiedad y
criar a sus hijos. Ahora, cada uno con sus vidas resueltas en la ciudad.
Eran
una familia bien avenida, se visitaban mutuamente y solían compartir muchos
momentos juntos. Festividades, aniversarios y demás acontecimientos eran la
excusa perfecta para reencontrarse.
Pero
aquel huerto, para el, era su segunda familia. Él trataba cada mata, cada
variedad que allí cultivaba con mucho mimo. Por ello, siempre era la envidia de
los demás horticultores. Cuando llegaba alguna enfermedad, sus plantas
resistían, cuando la sequía azotaba, Manuel se sacrificaba y pedaleaba
kilómetros para traer aquel agua que su pozo no podía suministrar. Él no
esperaba ser el mejor, sólo veía lo que necesitaban sus plantas. Cada una con
sus caprichos, sus manías y necesidades. Cada una diferente a su manera. Y el
las conocía a la perfección. Sabía cuando sembrar, cuando regar y si fuere
necesario cuando echar los productos químicos, aunque intentaba evitarlos a
toda costa
Manuel
era un hombre sencillo. No tenía muchas manías. Los domingos solía visitar el
bar que quedaba cerca de casa y charlar con los amigos. Allí todo el mundo le
conocía. Nunca una palabra más alta que la otra, nunca un pelea o una deuda.
Cuando
los demás necesitaban ayuda para empezar un huerto, sabían que podían confiar
en él. Y por eso su casa se llenaba de visitas, con muestras de afecto. Todos
le querían allí.
Uno
de los vecinos, que hacía poco había llegado a la zona, le preguntó:
-
Pero Manuel, ¿Cómo haces para tener siempre las mejores hortalizas y verduras?
El
modestamente respondió -Sólo miro lo que necesitan y se lo doy. No pienso que
es un sacrificio. Si se tienen que cavar cavo, no me da pereza. Si las tengo
que regar y tengo que ir a por el agua, voy. Sé que al final de cuentas, ellas
me recompensarán con su fruto. Yo las mimo y ellas hacen lo mismo conmigo.
De
igual manera trataba a la gente, aunque las personas algunas veces, no somos
tan previsibles. Por eso, cuando alguien torcía una palabra o no le gustaba una
respuesta se apartaba de ellas, sin hacer ruido.
Quizás
esta sea una historia real.. quizás no.
In
#memoriam de mi abuelo Manuel.
Feliz
domingo a tod@s
[am]
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