domingo, 24 de agosto de 2014

El risueño horticultor


Tenía un pequeño huerto, no muy lejos de donde vivía. Allí pasaba horas, cultivando todo tipo de hortalizas y verduras. Luego, cuando decidía que ya era demasiado tarde para seguir con sus tareas Manuel, cogía su bici y volvía a casa. Allí, su mujer le esperaba con la cena preparada y su vaso de vino. 

El la besaba en la mejilla y le traía algunas de las hortalizas que cultivaba en aquel trocito de paraíso que fue su huerto.

No eran una familia rica, ni mucho menos opulenta. Pero con el sacrificio de todos habían conseguido levantar esa casa, que ahora era de su propiedad y criar a sus hijos. Ahora, cada uno con sus vidas resueltas en la ciudad.

Eran una familia bien avenida, se visitaban mutuamente y solían compartir muchos momentos juntos. Festividades, aniversarios y demás acontecimientos eran la excusa perfecta para reencontrarse.

Pero aquel huerto, para el, era su segunda familia. Él trataba cada mata, cada variedad que allí cultivaba con mucho mimo. Por ello, siempre era la envidia de los demás horticultores. Cuando llegaba alguna enfermedad, sus plantas resistían, cuando la sequía azotaba, Manuel se sacrificaba y pedaleaba kilómetros para traer aquel agua que su pozo no podía suministrar. Él no esperaba ser el mejor, sólo veía lo que necesitaban sus plantas. Cada una con sus caprichos, sus manías y necesidades. Cada una diferente a su manera. Y el las conocía a la perfección. Sabía cuando sembrar, cuando regar y si fuere necesario cuando echar los productos químicos, aunque intentaba evitarlos a toda costa

Manuel era un hombre sencillo. No tenía muchas manías. Los domingos solía visitar el bar que quedaba cerca de casa y charlar con los amigos. Allí todo el mundo le conocía. Nunca una palabra más alta que la otra, nunca un pelea o una deuda.

Cuando los demás necesitaban ayuda para empezar un huerto, sabían que podían confiar en él. Y por eso su casa se llenaba de visitas, con muestras de afecto. Todos le querían allí.

Uno de los vecinos, que hacía poco había llegado a la zona, le preguntó:

- Pero Manuel, ¿Cómo haces para tener siempre las mejores hortalizas y verduras?

El modestamente respondió -Sólo miro lo que necesitan y se lo doy. No pienso que es un sacrificio. Si se tienen que cavar cavo, no me da pereza. Si las tengo que regar y tengo que ir a por el agua, voy. Sé que al final de cuentas, ellas me recompensarán con su fruto. Yo las mimo y ellas hacen lo mismo conmigo.

De igual manera trataba a la gente, aunque las personas algunas veces, no somos tan previsibles. Por eso, cuando alguien torcía una palabra o no le gustaba una respuesta se apartaba de ellas, sin hacer ruido. 

Quizás esta sea una historia real.. quizás no.


In #memoriam de mi abuelo Manuel.

Feliz domingo a tod@s

[am]

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