domingo, 27 de julio de 2014

Quejas a un verano demasiado largo


La verdad es que nunca y repito esto, nunca me ha gustado el verano. Los encuentro desmoralizadores. No le encuentro sentido a esta estación, parece qué estén hechos los días más largos sólo para augmentar tal agonía.

Es cuando más inciden los rayos del Sol, aquellos rayos de felicidad. Pues bien, ¿Sabéis cómo es para mi un día ideal (climatológicamente hablando)? Un día de invierno, con su mañana relajada, fría.. pero soleada. Así, talvez, poder salir y perderse por el entramado callejero de una gran ciudad y su convulso despertar.

Recuerdo perfectamente tal día. Debía de ser primeros de enero del 2007. Por aquel entonces yo vivía en Milán. Había vuelto de mis "vacaciones" de Navidad. Había vuelto con la maleta llena de dulces, turrones y cómo no, polvorones. Aquella mañana era fría, pero era feliz. Estaba a miles de kilómetros de "casa" pero aquella mañana se llamaba felicidad.

Mientras esperaba al trolebús par ir a trabajar (sí, aún existe el trolebús en Milán) escuchando a Vasco Rossi en mi mp3 (gran cantautor italiano) y paseando por encima de los restos de una gran nevada que había caído aquella Nochebuena... ¿O fue el año anterior lo de la nevada?, no lo recuerdo, a estos juegos se dedica mi mente últimamente. Pero si recuerdo la sensación de frío, el tener que ir bien abrigado siendo medio día. Mirar al cielo plomizo y decidir que ese era uno de los mejores días de mi vida.

Sí.. vivía alejado de "casa", sí.. estaba solo (también lo estoy ahora), pero era feliz. Estaba en una ciudad foránea, en un país vecino, pero extraño. Pese tener mucho en contra, al poco de estar allí había alcanzado el puesto de asistente a director en un supermercado de una cadena nacional. Y quizás el contacto diario con la gente, el pequeño poder que da la responsabilidad y cómo no la recompensa económica a todo ello, daban una forma de tranquilidad. Me había podido incluso alquilar un pequeño estudio en una zona acomodada de la ciudad no muy lejos del trabajo. Todo aquello hacía que aquella mañana fuera especial, diferente a la del resto.

Hoy me doy cuenta que he perdido mi Milán, mis ganas de buscar un destino, mis ganas por aprender. Esa felicidad que tuvo que lograrse con largas jornadas de trabajo y una plena (por no llamarlo total) soledad, esa felicidad ha desaparecido. Ahora.. me acompaña el recuerdo de sus calles, del frío de sus inviernos, sus gentes y todas las vivencias que tuve allí.

Aunque la felicidad no es un destino.. más un camino, parece que ella, se está dando una gran pausa.

Quizás lo más grave, es que sé que pronto pasará todo, qué alzaré otra vez el vuelo y encontraré mi nuevo rumbo, pero me regodeo en este invierno mío, donde no deja de nevar.

#buenasnoches

[am]

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