jueves, 16 de octubre de 2014

Desde la ventanilla




Una de las cosas que hacen de mi un "bicho raro" entre otras cosas es la idea que todos tenemos sobre viajar. La mayoría teme, tiene pánico o simplemente lo considera un hecho más, una transacción inevitable. Pero yo soy del grupo de personas, una vez más minoritaria, que ama viajar. Da igual casi el destino o el medio de transporte, da igual si es a la vuelta de la esquina o un viaje transoceánico. 

De pequeño recuerdo que soñaba con ser maquinista de tren. Era algo que me fascinaba. Para mi el tren era algo mágico, te llevaba del punto A al punto B, mientras tú te sentabas tranquilamente y disfrutabas del viaje.

Al nacer en mitad de la nada, era necesario por no decir vital el coche. Puedo recordar aún cómo hacía el mismo trayecto de casa a la escuela a diario (unos 15 kilómetros) y quedar absorto por el paisaje que se mostraba por la ventanilla. Aquello tenía una fuerza irresistible, era como un imán, no podía despegar los ojos de ella. Observar los cambios sutiles del tiempo, el paso de las estaciones, los cambios de altitud, todo aquello me fascinaba. 

Aquella carretera rural, en mal estado y peligrosa en invierno, era la misma carretera por la que pasaba una y otra vez. Pero esa misma carretera, no era la misma ninguna de las veces por la que volvía a pasar por ella.

No es sencillo de explicar, pero todo está siempre en constante movimiento. Nosotros nos movemos; pero las cosas, el tiempo y la naturaleza también se mueven con nosotros. Por eso cuando queremos reparar, aquel lugar ya no es el mismo que el de la mañana, ni tampoco será el mismo del de la noche. Sus luces, animales, la niebla cuando se asienta en invierno… Todo cambia, para que todo siga igual.

Creo que esto es lo que más me fascina de viajar. Poder comprobar el cambio en el paisaje y ver como el yo que se divierte observando esa rutina paisajística, deja de ser el mismo a la vuelta de ese mismo trayecto.

La ansiedad ha sido una fiel compañera mía durante todo este viaje. No me ha dejado, durante mucho tiempo, poder acabar de saborear aquello que la ventana reflejaba. Muchas veces deseaba con prisa que pasaran los días. Y ahora es con prisa que desaparecen ellos de mi vida. 

Me he convertido en el viajero perpetuo ¿Pero es qué acaso no lo somos todos? La tierra está en constante movimiento y nosotros con ella nos movemos. Estamos en un viaje inexorable, lento pero implacable.

Aún y con todo esto, me alegra saber que en algún rincón de mi guardo un poco de aquel niño tímido, que mira desde la ventanilla con asombro.

Por Alex Madueño [am]

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